jueves, 27 de septiembre de 2007

Capítulo II


Amanecía un nuevo día en la cuidad y Yorkshire se teñía calidamente con los primeros y rojizos rayos de sol de la mañana. Las tenues luces del joven día se filtraban a través de la angosta, pero alta ventana de mi cuarto. Se elevaban detrás mío como un sinfín de pequeñas luciérnagas diurnas, multiplicándose en el espejo y proyectándose en cada rincón del oscuro salón. Yo despertaba y mis ganas de asistir al colegio nuevamente se ausentaban.
Recuerdo que durante mucho tiempo, las ansias de volver a escuchar a los Floyd hacían que regresar a casa sea un camino eterno de agitados pasos, donde no importaba cuan rápido caminara o corriera… siempre era lo suficientemente lejos como para desesperarse. Aun más cuando una tarde supe que el disco era número uno en ventas y ya causaba sensaciones en todo el mundo.
Para algunos, éste representaba el fin de una era de cultura extrema, de excesos y liberación; el punto final de la lucha por una causa: la paz mundial. Para otros, la gente lo compraba porque era un símbolo de participación cultural, representada por la novedosa televisión a color, cuya estética progresiva se volvía mera mercadería inevitablemente. Raramente el rock dejaba de ser únicamente el aliado del pacifismo expresado con flores, drogas y mensajes antibélicos, para convertirse en algo ampliamente superior y general.
“Creo que hoy nos ubicamos en el centro del rock, ya que la mayor parte de la gente nos asocia con la nueva ideología del post-hippismo y la post-psicodélica… nosotros junto a la sociedad hemos reflexionado lo suficiente como para darnos cuenta que era tiempo de evolucionar…”, comentaba Roger Waters, en una entrevista para la televisión; y de la misma manera que el líder de la banda, yo pensaba que un nuevo movimiento estaba surgiendo en una nueva y diferente era, y comenzaba a sentirme muy parte de él. Tal era así, que sólo me sentía vivo al momento de llevar la púa a ese disco que desde hacía varios días permanecía en el Wincofon.
Cuanto más veces lo escuchaba, más lo entendía y disfrutaba. Eran innumerables y asombrosos los minuciosos detalles que surgían tanto de sus controvertidas letras como de su incomparable música. Poco a poco, fui descubriendo los sonidos del entorno urbano y los fantásticos sonidos especiales que contenía en su trasfondo. La tecnología aplicada era novedosa e insuperable para aquella época. Era magistral la distribución de energía y dinámica, otra verdadera obra maestra surgida de los estudios Abbey Road. Más conocía sobre ellos, más podía diferenciarlos de los demás; los Floyd no era los Beatles… lo suyo no eran las canciones perfectas y mucho menos el virtuosismo.
Los días últimamente habían transcurrido de manera muy normal, nada nuevo ni significante me había ocurrido, nada que valga la pena contar o que recuerde, simplemente el tiempo pasaba, algo vacío podría decirse. Hasta que un día una noticia, publicado en el diario Daily Express de Londres, alteró mis apacibles días. Era el llamativo anuncio del más grande concierto del año: los Floyd presentaban su popular trabajo discográfico en la capital de nuestro país, antes de realizar la gira internacional.
Inmediatamente, mi cabeza se llenó de ilusiones, de imágenes y colores, pero en un abrir y cerrar de ojos se esfumaron con el sólo hecho de pensar en la aguda negativa de mi madre con respecto a ese deseo. No necesitaba ni siquiera mencionarle nada, porque intuitivamente sabía esa respuesta… no había otra cosa para mi más que resignarme. En ese instante mis sueños sólo eran una cruel utopía. A pesar de mi desconsuelo, mi subconsciente seguía alimentándose de falsas expectativas, tratando de escapar de la sobreprotección de mi madre. Aún no me había rendido.
Un sábado por la tarde, mientras el sol caía lento en el horizonte y la ciudad se tornaba oscura, yo regresaba a casa luego de compartir un día más con mis amigos. En aquellos tiempos solíamos divertirnos con muy poco, sólo bastaba sentarnos a tocar la guitarra, fumar a escondidas y confesar algunos de nuestros secretos respecto a las mujeres. Estaba sentado en el colectivo mirando las cosas pasar mientras llegaba a casa, mi proximidad al chofer me daba una amplia perspectiva del recorrido y además me permitía escuchar claramente la música que de su radio salía. Algo adormecido miraba hipnotizado el contraste perfecto de colores que hacían los fríos árboles cubiertos por la noche, con el intenso y cálido ocaso; cuando de repente, entre los sordos ruidos del tránsito y el suave murmullo de los demás pasajeros, escuché Time. No se si fue el contexto o el pesado cansancio sobre mi espalda, el echo es que en ese momento provocó en mi un despertar en el interior de mi conciencia… me abrió los ojos del alma, y el espíritu adolescente absorbió cómo nunca antes su mágico contenido. Este tema está inspirado en las ideas y la experimentación sobre el tiempo, de que la vida no se trata de prepararse para lo que viene, sino de tomar control de tu destino.
Cuando bajé del colectivo, noté que había puesto los pies sobre la tierra, había despertado y comenzaba a vivir nuevamente; esta vez sin dejar nada atrás, sin perder un sólo segundo de mi vida. Era joven y tenía tiempo de más, pero no para desperdiciarlo en días aburridos y sin sentido, sino para hacer de él lo que yo quería, cuando quería. Como decía la canción, no quería ver como el sol se hundía en el horizonte sin más remedio que verlo salir nuevamente, porque relativamente el sol era el mismo, pero yo era un día más viejo. Era una verdad muy grande mencionar que cada año se hacia más corto y se nos estaba escapando de las manos… Fue ahí, precisamente en ese momento, cuando decidí enfrentar a mi madre y tomar las riendas de mi destino.
Ingresé a mi casa con más convicción que nunca, estaba seguro que quien atravesaba la puerta era un nuevo yo. Caminé seguro y decidido en busca de mi madre con el proposito de comunicarle mi irreversible decisión. Confieso que muy pocas veces me sentí tan nervioso como aquel día. Mis pequeñas manos sudaban, mis labios temblaban saturados por el éxtasis de mis palabras, y mi lengua, a pesar del inevitable trabuqueo, seguía intentando hacerse entender. Fue un momento por demás de incomodo.
Cuando menos me di cuenta ya había expresado mis enormes deseos de asistir al imperdible concierto y sólo esperaba por el estallido. Como suponía, la negativa respuesta de mi madre hizo que las cosas se tornaran mas difíciles… sin embargo yo estaba más fuerte que nunca en cuanto a lo que quería hacer, por lo tanto le dije que iba a ir al concierto con o sin su permiso…
Mi pobre madre había quedado boquiabierta ante la testarudez de mis rebeldes decisiones, simplemente no podía creer como yo, el niño inocente y respetuoso de la casa, había osado de cuestionarla; por lo tanto, intentó de imponer respeto sobre mí de la más absurda manera: gritándome.
De la misma manera que con mi profesora de matemáticas, me alejé entre sus aullidos sin que estos me afectaran. Nunca antes había notado tanta semejanza entre estas dos a la hora de querer hacerse respetar.